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EL CAMINO DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

Patricia Escobedo Guzmán

Sentirse desafiado como persona es una herramienta muy útil para mantener una buena actitud ante la vida cotidiana, pues imponernos dificultades y superar estas nos dan sentido de éxito. Por eso buscamos un empleo que nos desafíe como profesionales, o nos inscribimos a maratones que nos empujen a nuestros límites físicos. El año pasado, ante cambios en mi vida, perdí mi sentido de desafío personal, por lo que decidí encontrar un nuevo reto que no solo me impulsara a nivel físico, sino que me arrojara a una reflexión mental. El Camino de Santiago de Compostela me ofrecía exactamente esto.

La historia

El Camino DE COMPOSTELA La historia El Camino de Santiago de Compostela es una caminata de peregrinación cristiana en nombre del Apóstol Santiago, quien fue uno de los seguidores más cercanos a Jesucristo, y quien tras la crucifixión, se dedicó a compartir la palabra de Dios. Su misión y lealtad cristiana tuvo como consecuencia su muerte cuando en el año 44 d.C. tras sus viajes de evangelismo, el rey Herodes Agripa I de Palestina ordenó su muerte. Sus discípulos, Teodoro y Atanasio, recogieron su cuerpo y viajaron hasta Santiago, donde lo enterraron. La ubicación fue un misterio hasta el año 813 d.C., cuando el monarca Alfonso II de Asturias se convirtió en el primer peregrino en viajar a la tumba del apóstol y en fundar la Catedral de Santiago, lugar que hoy marca el fin del Camino. La palabra se esparció por Europa lo que fue el inicio de las distintas rutas de peregrinación (49 Caminos en España y 9 desde Portugal) que hoy en día se continúan caminando por miles de peregrinos cada año.

Mi camino

Cada ruta presenta distintas etapas (paradas de descanso), dificultades y recorren distintos kilómetros. Mi elección fue la ruta francesa por donde Napoleón cruzó hacia la toma de Pamplona en 1808. Está ruta me presentaba el cruce de frontera de Francia a España, con inicio en el encantador pueblo de St. Jean Pied de Port, un desafío de 779 kms, y aproximadamente 31 etapas (las etapas son a elección del peregrino dependiendo de la cantidad diaria de kms que se quiera recorrer).

El 16 de agosto, puntual a las 6 de la mañana, empaqué mis cosas en el hostal donde me estaba hospedando y con las piernas temblando me puse mi mochila de 8kg, la que contenía todas mis pertenencias que me acompañarían por el siguiente mes, y empecé mi camino hacia el inicio de lo que sería la primera etapa de 25 km. Está primera etapa es considerada la más complicada, pues es el cruce de los Pirineos, ascendiendo una altitud de 1,450 m. Es aquí donde mi primer reto físico y mental llegó. Con el peso de mi mochila, el cansancio de mis piernas, y la neblina de esa mañana, mi mente era el único apoyo que tenía.Durante 25 km me encontré en un constante debate entre rendirme y afrontar lo que yo misma me había propuesto. A la cima de la montaña, nubes bajo mis pies y caballos salvajes me recibieron, empujándome e inspirándome a dar un paso más, siempre un paso más. Así, logré llegar y entre sudor y lágrimas de felicidad y cansancio, cada km valió la pena.

Durante los siguientes 31 días recorrí 779 km a pie. Disfruté de los amaneceres más inspiradores. Cruce campos de girasoles que alcanzaban mi altura y campos en la oscuridad de las mañanas. Visité capillas e iglesias que reflejaban el paso de la historia del Camino. Sacie mi sed al beber de una fuente de vino. Me acompañaron los menús del peregrino, la lluvia y el sol de agosto y septiembre. Escuché música y canté a lo alto mientras caminaba conmigo misma. Hice uso de una infinidad de curitas para los pies. Y compartí pláticas con desconocidos, compartiéndonos nuestros secretos, tristezas, pero sobre todo las felicidades de cada una de nuestras vidas.

Mi camino me llevó a visitar algunas de las ciudades principales de España, Pamplona, Logroño, Burgos y León; descubriendo pueblos y pequeñas ciudades mágicas como Frómista, Astorga, Ponferrada, y O Cebreiro. Y conociendo personas de varias nacionalidades que junto conmigo, compartían la misión de desafiarse y llegar a Santiago.

Cada día me enfrentaba a un trabajo físico y mental de recorrer entre 18 y 32 kms, a veces sola, donde mi compañía tenía que ser suficiente, y a veces acompañada de esos nuevos amigos con los que compartía pláticas de reflexión que nos parecían acortar las horas.

En el Camino Francés, en el monte Iargo en la provincia de León, a 1,500 m de altura (el punto más alto de la ruta), se en cuentra la “Cruz de Ferro”. Una cruz de hierro donde los peregrinos dejan su piedra, una piedra que traen desde sus países y hogares, y que simboliza un peso íntimo que quieren dejar ir. El 8 de septiembre logré llegar, y a falta de mi piedra, dejé dos cartas. La primera donde plasme mis pesares que se quedarían bajo la cruz, que dejaría de cargar, que se quedarían atrás de mi. La segunda, donde escribí mis agradecimientos a la vida, mis deseos y aspiraciones. Considero este, el momento más sincero del camino, pues uno entiende por qué la vida le mandó el llamado del Camino de Santiago.

 

El 16 de septiembre logré llegar, junto con mi pequeño grupo de amigos, a la Catedral de Santiago de Compostela. El pensar en cada esfuerzo que di, día a día, valió la pena cuando pise la plaza que daba vista a la catedral, y donde podía observar a gente compartiendo abrazos y el sentimiento de realización personal. Como la mayoría, la emoción me llenó de lágrimas pues había logrado probarme a mí misma que había sido capaz de conquistar mi cuerpo y mi mente, y una aventura desconocida. Pero sobre todo, me di cuenta de que el Camino me había cambiado: cada pasó que di, cada lágrima que lloré, cada plática que me acompañó, impactó mi persona en una manera tan profunda que no tengo las palabras para describir y si pudiera hacerlo no lo compartiría, pues es algo que atesoro dentro de mi.